El mito de la nacionalización y López Obrador
Se cumple una semana de que el presidente Andrés Manuel López Obrador anunciara pomposamente en sus redes sociales la nacionalización del sector eléctrico
Se cumple una semana de que el presidente Andrés Manuel López Obrador anunciara pomposamente en sus redes sociales la nacionalización del sector eléctrico. Un sector más que junto al Banco del Bienestar (“el más importante de México”), Mexicana de Aviación (“que volverá a volar este año”) y la nacionalización del litio, se suma a la narrativa que habrá de marcar el camino que conduzca al relevo presidencial y desde el cual el mandatario pretende catapultar a sus posibles sucesores.
Es difícil saber si por ignorancia o en un afán de sorprender a sus escuchas, durante el anuncio, que se puede apreciar en YouTube:
López Obrador acompañado de Ignacio Sánchez Galán, presidente global de Iberdrola, calificó la transacción como una “nueva nacionalización de la industria eléctrica”, afirmación que suma una cuenta más a su rosario de mentiras, ya que en los hechos lo que tuvo lugar fue un proceso de compra-venta del 87% de los activos de la empresa en nuestro país a un fideicomiso administrado por Mexico Infrastructure Partners (MIP) a cambio de 6 mil millones de dólares, mismos que de acuerdo a la Secretaría de Hacienda, habrán de provenir de las arcas del Fondo Nacional de Infraestructura de México (Fonadin) y otras entidades financieras del gobierno.
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Pero ojo, esto es apenas un estimado, el costo podría dispararse como ha ocurrido con los grandes proyectos de la Cuarta Transformación.
Todavía están muy brumosas las condiciones de la operación; por el bien de la reputación presidencial esperaríamos que se empezaran a transparentar en las próximas semanas o incluso meses. Lo que tendría que quedar bien claro, más allá de los afanes de López Obrador, son las bondades de haber pagado por unos servicios con los que de hecho ya se contaba sin necesidad de invertir un céntimo, porque es una realidad que con la compra no se habrá de generar más electricidad de la que hoy se tiene.
Para el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) la adquisición, lejos de generar confianza, envía señales negativas a los inversionistas y justifica su afirmación en tres puntos. En el primero, destaca que la compra se ciñe más a un logro político que a una necesidad real para el país; el segundo, los costos que habrá de generar el mantenimiento de las trece plantas eléctricas de Iberdrola ya que hablamos de equipos con una antigüedad de hasta treinta años; y como último, menciona que en este momento hubiera resultado más rentable concentrar estos recursos en crear facilidades para sacar provecho del nearshoring.
¿Podemos afirmar que la operación fue un triunfo? Sí, pero para Iberdrola, la cual se deshace así de equipos que difícilmente hubieran podido encontrar acomodo en el mercado en momentos en que el mundo entero enfrenta una descarbonización. Así la empresa global se habrá de concentrar en las energías alternativas, transición que ya venía realizando desde hace algunos meses, por lo que la venta le vino “como anillo al dedo”.
También el presidente está feliz creyendo que hizo el negocio del siglo, al fin que el pueblo paga.
No más “Pequeña Haití”
Después de varias semanas de haberse instalado un grupo de migrantes en la plaza Giordano Bruno de la colonia Juárez de la Ciudad de México, la madrugada de este lunes autoridades capitalinas trasladaron a los últimos extranjeros que quedaban a un albergue temporal en la alcaldía Tláhuac, donde serán atendidos por el Instituto Nacional de Migración (INM) y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) para seguir con sus trámites migratorios, entre ellos, otorgarles una tarjeta de visitante por razones humanitarias, para que puedan recibir servicios de salud y conseguir empleo.
Los migrantes, alrededor de 300 predominantemente de origen haitiano, se habían instalado en la plaza Giordano Bruno, por su cercanía con las oficinas de la COMAR, en espera de recibir cita o acudir a ella en aproximadamente dos meses.
Es decir, aquel campamento parecía haber llegado para quedarse, sobre todo considerando que la migración haitiana se ha caracterizado por un éxodo lento, en el que pueden durar varios años en diferentes países en espera de la oportunidad de llegar a Estados Unidos.
Al lugar ya se le comenzaba a llamar la “Pequeña Haití”, a semejanza del asentamiento irregular que hay en Tijuana y, a su vez, del Little Haiti, de Miami, sin embargo, en este caso no se trataba de un barrio ni de un terreno amplio, sino de una plaza que se asemeja por su estrechez más a una calle peatonal, por lo que las condiciones de hacinamiento e insalubridad eran perjudiciales tanto para los migrantes como para los vecinos y comercios cercanos.
Bien por las autoridades de la Ciudad de México, por atender el problema desde un enfoque social a partir del traslado de los extranjeros indocumentados a un albergue donde puedan estar en mejores condiciones y recibir la atención legal que buscan.
Sin duda ha de haber sido un trabajo de convencimiento difícil para que los migrantes aceptaran trasladarse a donde les pidieron, luego de que el incendio de la estación migratoria de Ciudad Juárez contribuyera a la mayor desconfianza entre los migrantes a cualquier autoridad gubernamental mexicana y a sus instalaciones.