Norma Piña, la ministra presidenta de casa

La Suprema Corte de Justicia de la Nación informó en su cuenta de Twitter que la nueva ministra presidenta Norma Lucía Piña Hernández no tiene cuenta en esa red social. De TikTok como el presidente saliente Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, ni hablemos.

Pero las diferencias entre Piña y Zaldívar no sólo están en su estilo de comunicar.

Hay la expectativa fundada de que con Norma Piña se haga valer la autonomía del poder Judicial frente a los otros poderes, particularmente frente a los embates presidenciales. 

Por otra parte, la ministra presidenta es de casa, con una larga carrera dentro del Poder Judicial, conoce sus necesidades y deficiencias, por lo que se espera una verdadera renovación para una justicia pronta y expedita, sin protagonismos, lejos de los reflectores pero cerca de los ciudadanos.

Huérfana de padre a temprana edad, profesora normalista, licenciada en derecho por la UNAM, inició en el Poder Judicial de proyectista hasta llegar a ministra, sin deberle nada a nadie más que a sus propios méritos, menos ahora ser la primera mujer ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y presidenta del Consejo de la Judicatura Federal.

Puntillosa en la argumentación de sus proyectos, con fama de dura, de criterio firme y de buena juzgadora. 

Resulta paradójico aunque comprensible, que con ese perfil tan cercano a la cultura del esfuerzo, lejana de los privilegiados, Norma Piña no fuera la favorita de López Obrador. Tampoco de Arturo Zaldívar, con todo y que hasta el final se presentó como paladín de la perspectiva de género. Si Piña rompió un techo de cristal, no fue gracias a él y muy probablemente ni con su voto.

Cuentan que Arturo Zaldívar tenía dos cartas, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y Yasmín Esquivel Mossa, en ese orden y esta última porque ella realmente confiaba en que el poder de Palacio Nacional alcanzaría a domesticar al pleno de la Suprema Corte. 

Nadie esperaba que justo antes de las fiestas decembrinas se viniera el escándalo de la tesis plagiada, crisis que Yasmín Esquivel atendió con medidas una más errática que la otra, hundiéndose más.

Ahora está en un escenario peor, en el cual la UNAM manifestó que es evidente el plagio, el supuesto plagiario ya dijo que no ha recibido ni hecho ninguna declaración notarial como afirmó la ministra, y hasta la Fiscalía capitalina aclaró que no se ha pronunciado sobre el tema y que el comunicado que circula a nombre de la fiscalía no es de la institución.

Bueno, ni el presidente ha comprado el argumento de que ella fuera la plagiada o que fuera falsa la acusación. Aunque Esquivel no se retiró de la contienda, era evidente que había dejado de ser opción.

En lo particular, queda pendiente la determinación de la UNAM sobre el plagio y sus consecuencias para la ministra Esquivel Mossa, a quien ya le es tarde renunciar por dignidad, pero por lo menos por vergüenza debería hacerlo.

Para López Obrador sería más funcional proponer una nueva ministra o ministro, que tener a una cuyos fallos queden en entredicho.

En lo general, al interior, vienen los cambios paulatinos en la estructura burocrática del Poder Judicial federal y el repliegue del equipo de Zaldívar; la nueva visión y el sello que imponga la ministra presidenta Norma Piña, así como lo que le toque lidiar con el último tramo del sexenio, tan necesitado de contrapesos.

En hora buena que la primera mujer que encabeza el Poder Judicial federal en México sea una con las cualidades de la ministra Norma Piña y no con los lastres de otra.

Inicia bien el 2023.

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