El plan de la doctora en Energía
Hay muchas expectativas positivas por la presentación que en su momento haga Claudia Sheinbaum del Plan Nacional de Energía. Hay optimismo, porque lo que dijo […]
Hay muchas expectativas positivas por la presentación que en su momento haga Claudia Sheinbaum del Plan Nacional de Energía. Hay optimismo, porque lo que dijo en su discurso de toma de posesión y en sus 100 compromisos dan una idea y, no es menor, se trata de lo que plantea la primera presidenta que estudió ciencias exactas -física- y, doctorada en Energía, por lo que el citado plan tiene su visión personal y no cualquiera le vende ideas de qué hacer sobre el tema.
Las reglas del juego se quedan iguales: el Estado como eje rector en materia energética, proporción de generación eléctrica pública de 54% y privada 46%; producción de petróleo para consumo nacional. Lo que cambia es el estilo de juego: un programa de transición hacia fuentes renovables, con el objetivo de que en 2030 éstas tengan una participación del 45%.
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En el olvido quedó la recomendación de López Obrador de construir una o muchas refinerías más o la autosuficiencia de combustibles. Ya en campaña, Sheinbaum había adelantado que Pemex incursionaría en el mercado de energías renovables así como en la explotación del litio, además de incrementar la producción de petroquímicos y fertilizantes.
Como fue con varias empresas en el sexenio que terminó, se abrirán posibilidades de inversión en transmisión y generación eléctrica, sobre todo en fuentes renovables, pero también en exploración y explotación de hidrocarburos, en todos los casos, con participación del Estado, aunque quedan las dudas de si se reabrirán las rondas, todo indica que no. No es lo ideal para muchos inversionistas, pero en todo hay pros y contras, y los primeros siguen siendo más.
Importante fue que la presidenta garantizara que habrá certeza jurídica a las inversiones y, en el caso específico de la energía eléctrica, que la inversión privada en la generación sea con reglas claras, en el marco de la ley y garantizando la estabilidad del sistema eléctrico.
En el aspecto financiero de Pemex, cabe recordar que uno de los puntos señalados cuando fue ratificado Rogelio Ramírez de la O al frente de Hacienda pasadas las elecciones, fue “estrechar la colaboración con Pemex, aprovechando el apoyo del Congreso para optimizar el buen uso de los recursos públicos”. Hubo un reconocimiento implícito de que ahí había un problema serio que atender.
El nombramiento posterior de Luz Elena González al frente de la Secretaría de Energía, y los de Emilia Esther Calleja Alor en CFE y Víctor Rodríguez Padilla en Pemex, dejaron claro que en las todavía empresas productivas del Estado va a haber un control muy coordinado de parte de Hacienda y Sener, sobre ellas, y de la propia presidenta.
Es en el Plan Nacional de Energía donde veremos la visión más clara de gobierno de Claudia Sheinbaum.
EU: siete estados que definen una elección
Faltando ya menos de un mes para las elecciones presidenciales en Estados Unidos arrecia la disputa en los siete estados clave en donde se habrá de definir la contienda.
Pese a vanagloriarse de ser una potencia a la vanguardia en ciencia y tecnología, Estados Unidos tiene uno de los sistemas democráticos más arcaicos en el mundo y, peor aún, no está dispuesto a cambiarlo. La elección del mandatario se realiza de forma indirecta; cada estado tiene un determinado número de electores que son finalmente por quienes sufragan los votantes; quien gana la elección en cada estado se lleva a todos los electores, dejándole nada el perdedor. Al final, quien alcanza el número mágico de 270 gana la elección, el 50% o más del número total a nivel nacional.
Este tipo de “democracia” genera múltiples distorsiones, entre otras, facilitan que un candidato resulte victorioso aún teniendo un número de votos populares menor al de su rival. Tal es el caso de Hillary Clinton quien en 2016 obtuvo a nivel nacional cerca de 3 millones de votos más que Donald Trump, sin embargo apenas logró el apoyo de 227 electores contra 304 del magnate. Más polémica resultó la elección del 2000 en la que Al Gore obtuvo poco más de medio millón de votos por encima de George W. Bush, elección que finalmente se terminó finiquitando en los tribunales.
Pero esta no es la única fragilidad, el sistema polariza al país bajo dos modelos políticos; el de los liberales y el de los conservadores quienes terminan por dividirse la nación. Así, tan sólo siguiendo la tendencia histórica conocemos que California y Nueva York se decantarán por los demócratas, mientras que Texas y Florida es muy altamente probable que favorezcan al partido republicano.
Existen solamente siete estados, llamados bisagra, en donde las tendencias no favorecen a ninguno de los dos partidos, representan 93 de los 538 electores en disputa (los 445 restantes prácticamente ya están definidos): Pensilvania con 19 electores; Michigan con 15; Wisconsin con 10; Georgia con 16; Carolina del Norte con otros 16; Arizona con 11 y Nevada con 6. Estos estados es donde se centran las campañas, los candidatos no gastan ni tiempo ni recursos en estados que ya se encuentran bajo su control.
Las últimas encuestas nos dicen que Kamala Harris se encuentra a la cabeza en seis de estos estados, decretándose un empate en Georgia, sin embargo aún es muy temprano para chocar las copas, ya que la ganancia se localiza dentro del margen de error por lo que cualquiera de los dos aspirantes podría alzarse con la victoria, si sabe mover bien sus piezas.
Entre otras curiosidades que derivan de este sistema electoral en caso de empate la Cámara de Representantes elegiría al presidente mientras que al vicepresidente lo seleccionaría el Senado. Ahí Donald Trump tendría la ventaja.