La semana pasada, el grupo KISS vendió su catálogo, marca y propiedad intelectual a Pophouse Entertainment Group, empresa sueca cofundada por Björn Ulvaeus del setentero grupo ABBA, por un monto de más de 300 millones de dólares.
La venta de catálogos musicales de artistas o gruposencumbrados se ha vuelto una constante en la industria, la cual ha evolucionado en los últimos 20 años de manera que el consumo de la música tiene amplias variantes, empezando por las plataformas como Spotify, Apple Music, Amazon Music, hasta el regreso de los acetatos.
En febrero pasado, Sony Music compró la mitad del catálogo musical de Michael Jackson por alrededor de 600 millones de dólares, todo un récord en su tipo, y en 2022, se hizo del catálogo del Premio Nobel Bob Dylan por una cifra estimada en 200 millones de dólares. Ese mismo año, Warner Music adquirió el catálogo músical de David Bowie por 250 millones de dólares.
La diferencia del acuerdo con KISS, es que se trata de un paquete integral. Pophouse va en sociedad con Industrial Light & Magic de George Lucas, y el acuerdo incluye avatares digitalizados de los integrantes del grupo, de lo que puede derivar en películas, series, shows de avatares, experiencias inmersivas y todo lo que falte por desarrollar en tecnología audiovisual.
No se descarta incluso, el lanzamiento de nuevo material con la venia de los integrantes del grupo. De prosperar acuerdos como el de KISS, en un futuro, veremos a artistas o grupos populares, incluso ya desaparecidos, volver con nuevas canciones o, más probablemente, algunos cantantes o grupos creados por AI que desplacen a los quintetos fabricados para coreografías.
¿De verdad más populismo?
Pasado el primer tercio de las campañas electorales, con unas cuestionadas encuestas que dan como favorita a la candidata oficial; con la siembra de elementos que hacen dudar del máximo órgano electoral; y con la utilización de los programas sociales, de un lado y de otro, con el único propósito de ganar votos, la sombra del populismo se vuelve a cernir sobre nosotros.
Desde sus inicios, Morena se ha autoproclamado como un partido que enarbola una ideología de izquierda pese a que el origen de un alto número de sus militantes, empezando por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, se encuentra en el PRI, esa fuerza política que sometió al país durante setenta años y que hoy la Cuarta Transformación parece querer emular.
La elección de un gobierno de izquierda o de derecha es una decisión que finalmente recae sobre los ciudadanos de determinada nación de acuerdo a sus intereses y sus características propias, de eso justamente se trata la democracia. Los problemas empiezan a surgir cuando estas fuerzas empiezan a introducir narrativas populistas que buscan a través de pura palabrería ir desplazando los valores democráticos lejos del lugar primordial que les corresponde dentro de una sociedad. Ejemplos de ambas posiciones encontramos en varios países en América Latina; de derecha Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador; de izquierda Hugo Chávez (y su sucesor Nicolás Maduro) en Venezuela y, por supuesto, Daniel Ortega en Nicaragua.
En ambos casos la narrativa transita alrededor de la polarización de grupos antagónicos que buscan prevalecer, ya sea por razones ideológicas, de división de clases, étnicas o religiosas. La división es una máxima para el populismo, es el caldo de cultivo sobre el cual actúa, de ahí los discursos exaltados que buscan crear literalmente guerras civiles discursivas entre ciudadanos que tradicionalmente discernían sus diferencias políticas de forma afable.
Otra de las características dominantes es el cuestionamiento sobre la independencia del poder Judicial, mientras que paralelamente buscan socavar cualquier mecanismo de control o contrapeso mermando así los principios democráticos.
Ni que hablar de la presencia de un líder carismático al que la gente está dispuesta a seguir incondicionalmente como si se tratara de una secta, de ahí que se vuelva prácticamente imposible establecer un diálogo con sus militancias que funcionan más por dogmas de fe que por argumentos debidamente fundamentados.
Para la derecha, los riesgos del populismo se encuentran en su exacerbado nacionalismo mientras que para la izquierda lo podemos hallar en el estatismo, así en nuestro país hemos sido testigos de cómo el Estado ha ido tomando irresponsablemente el control de todo, petróleo, electricidad, aduanas, aeropuertos, infraestructura, blindándolos bajo la etiqueta de Seguridad Nacional, lo que despierta suspicacias sobre la transparencia en toda la cadena de ejecución, además de su pobre operatividad.
El 2 de junio habremos de acudir a las urnas, seamos conscientes. La democracia es un valor útil para los populistas mientras les abra la puerta al poder. Ya una vez entronados no existirá una lealtad ni a las instituciones ni a sus principios ¿Nos suena conocido? Escojamos con cuidado el mejor de los dos mundos, decidamos con cuidado si de verdad queremos un segundo piso de lo mismo o nos aventuramos a una alternativa incierta pero que promete un futuro diferente.