Caudales de tinta han corrido desde que el pasado 16 de noviembre, en respuesta a la manifestación que la sociedad civil organizó en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), el presidente Andrés Manuel López Obrador convocará a otra marcha como una demostración de fuerza frente a un embate que ni en sus peores pesadillas alcanzó a vislumbrar.
Son muchas las diferencias existentes entre un activista y un estadista; con su actitud el presidente perdió quizá la última oportunidad, durante su administración, de demostrar que pertenecía al segundo grupo. Lejos de escuchar las demandas de un amplio sector de la población y aprovechar el momento para probar que no gobernaba solo para sus leales, el presidente se dejó dominar por la ira y con su decisión dejó en claro que ni habiendo ganado la elección para ocupar el más alto cargo de la nación, fue capaz de abandonar nunca al primer grupo.
Paradójicamente, la marcha convocada desde Palacio nacional para este domingo está muy lejos de ser una manifestación de avanzada, más nos recuerda a aquella emplazada hace justamente 40 años por José López Portillo en apoyo a la nacionalización de la banca. El entonces mandatario encabezó personalmente un contingente de medio millón de personas. Si bien es cierto que esos eran otros tiempos, no son muy diferentes a estos; primero desde el gobierno y luego desde las estructuras del partido en el poder se movió a miles de beneficiarios de los programas sociales y sindicalizados que acudieron so pena de perder sus “apoyos” o bien sus puestos de trabajo.
Qué bueno que hubiera sido una sola manifestación, que unidos todos los mexicanos hubiéramos salido a festejar esa transformación real que tanto necesitaba el país y no esa de saliva que nos ha llenado de palabrería día tras día, mañana tras mañana, que nos ha dividido entre pobres y ricos, entre blancos y morenos, entre aspiracionistas y analfabetos, entre neoliberales y transformadores, todo para satisfacer el ego de un individuo cuya meta estaba solo en ser presidente sin entender que ello era más que un puesto político y que conllevaba la responsabilidad de conducir a una nación unificada hacia el bienestar y la prosperidad.
Burgos, ¿el nuevo acierto de Pemex?
Tras cuatro años hoy hay muy pocas cosas que se puedan tocar con las manos, una educación en retroceso, un sistema de salud inoperante, un gobierno que se ofrece como impoluto, pero que más que nunca se encuentra corroído por la corrupción y si no que le pregunten a Segalmex. A cambio tenemos un aeropuerto abandonado, una refinería que no refina y un tren que se ha convertido en un pozo sin fondo, porque nunca hubo un proyecto ejecutivo, nunca se platicó con los pobladores y nunca hubo estudios de impacto ambiental, “un cochinero” para utilizar el glosario presidencial.
El domingo veremos el zócalo lleno, de eso no hay duda, como en el pasado se movió toda la estructura del Estado para garantizar su éxito. Entre esa multitud habrá miles de simpatizantes sinceros, fervientes creyentes de la llamada Cuarta Transformación. El resto estará esperando que todo termine para poder cobrar sus emolumentos, abordar sus autobuses y regresar a su lugar de origen.
Encuestas prematuras
Muy lejos aún de los tiempos electorales, pero no de los políticos, los aspirantes a la candidatura por el gobierno de la Ciudad de México adelantaron movimientos para publicar esta semana la supuesta intención de voto del electorado capitalino.
Sospechosamente, dos de los principales periódicos ponen a Omar García Harfuch, actual secretario de Seguridad Pública, a la cabeza de las preferencias, pues eso acompaña también a una campaña en redes sociales que lo compara con nada menos que Batman, además que exalta sus atributos físicos y su seriedad. No habla de sus logros, ni méritos que pueda o no tener, sino que intenta jugar con las percepciones y hacerlo ver más atractivo que los demás, cosa nada difícil, cuando los demás son Mario Delgado, Clara Brugada, Rosa Icela Rodríguez o Martí Batres.
Paradójicamente no se trata de una salida en falso del hijo de Javier García Paniagua, a quien varios morenistas lo tienen en la mira, pues saben de su capacidad y de lo rápido que podría ganarse al público electoral, sino de una estrategia de cualquiera de los demás, que ya fraguan ataques mediáticos acusándolo de cada evento de impacto social relacionado a la perene inseguridad en la Ciudad de México.
CFE y las reservas de gas para el invierno
La nota, en términos periodísticos, radica en que se ha polarizado el gusto entre Morena y los demás partidos y que, si existe alguna intención de competir de parte de la oposición, solo queda un camino, la alianza, que podría encabezar Xóchitl Gálvez, Margarita Zavala o alguno de los alcaldes en funciones, como Santiago Taboada, Lia Limón o Adrián Ruvalcaba, entre otros.
Tal parece que las ansias de novillero y la ambición política tiene ilusionados a más de uno, que no deben olvidar que los resultados se miden al final y que, por lo pronto, mucho se ayudarían haciendo su trabajo mejor que los demás. En resumidas cuentas, el voto habría de ser el premio a un buen trabajo y no a una exhibición mercadológica para un público tonto. No es la forma de tratar al pueblo sabio, como diría alguien por las mañanas.