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A nadie ayuda la incertidumbre más que a la especulación y al nerviosismo. Justamente lo que menos necesita el país y el nuevo gobierno de […]
A nadie ayuda la incertidumbre más que a la especulación y al nerviosismo. Justamente lo que menos necesita el país y el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum; sin embargo, el nombramiento del director de Pemex (y el de Pemex Exploración y Producción, para los que sí saben) sigue manteniéndose en espera.
No hay columna que no haya confirmado ya que serán Víctor Rodríguez Padilla y Néstor Martínez los designados y, en apariencia, así será. Entonces, ¿por qué sembrar el nerviosismo e insistir en retrasar sus nombramientos?
Detrás de esa gran expectativa están formados varios otros cargos que no son nada despreciables, sino estratégicos. Entre ellos los titulares del SAT, de Banobras, de Infonavit, de Bancomext, de Nafin, por sólo comentar algunos.
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Aunque en esos casos corresponde tradicionalmente al Secretario de Hacienda su designación, no hay nada que impida creer que serán nombramientos presidenciales. Lo que no está claro es de cuál de ellos, el saliente o la entrante, porque en lo único que hay certeza es en que sus propuestas no coinciden ni en lo general, ni en lo particular.
Despejada la incógnita de qué hacer con la voluminosa presión de López Obrador, pues simplemente ha acatado en gran medida sus deseos, todavía queda esperanza para algunos advenedizos y para todos los que siguen en sus puestos y “están seguros de repetir”.
Lo cierto es que cada designación es un pincelazo en el lienzo de una pintura que comienza a dibujarse y que no está quedando bien. Una imagen que a la propia presidenta le disgusta, pero que sabe y pretende mejorar apenas esté sentada en el trono.
Sobrerrepresentación: la ley es la ley
Vistos los resultados pasada la elección, además de la alta votación a favor de la coalición “Sigamos haciendo historia”, en el caso de diputados y senadores, se ve en el detalle la proporción de candidaturas por partido y que no en todos lados hubo candidaturas comunes. Esto no fue fortuito. Por lo visto, Morena, Partido Verde y PT armaron su “paquete electoral” pensando en lograr la mayoría calificada, al tiempo de no caer en las limitaciones legales que impiden la sobrerrepresentación. La operación les funcionó. Tan es así, que el cálculo quedó con 30 curules más del mínimo para la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y sólo a tres escaños en el Senado.
En el caso de la oposición, el reparto de las candidaturas de Fuerza y Corazón obedeció más a dónde eran fuertes cada partido y, sobre todo, a la sobrevivencia de PRI y PRD gracias a las candidaturas comunes. Al final, PAN y PRI recogieron sus fichas -lo mismo hizo por su lado MC-, sus dirigentes se aferraron al cargo, el PRD perdió el registro… y de principio a fin, nadie pensó en la mayoría calificada.
Con el tiempo encima para que el INE resuelva, con un resultado electoral contundente, lo mejor que se encontró para tratar de evitar la mayoría calificada de Morena y aliados fue en una interpretación del “espíritu de la ley”, esgrimiéndose que se trate a la coalición como si fuera partido y no tenga más de 300 diputados, cuando no hay antecedentes en las alianzas electorales previas de que así se haya aplicado.
La oposición y las cúpulas empresariales sabían que esto iba a suceder en los primeros días posteriores a la elección, y eso se traduciría en las altas posibilidades de que avanzara el Plan C de López Obrador. Sin margen ni capacidad para pararlos o influir en lo que venga, el intento desesperado es alegar una sobrerrepresentación donde lo que existe es la representación proporcional que a cada partido corresponde, incluidos PAN y PRI.
Habituados a defender con todo sus trincheras y avanzar si se puede, gobierno federal, partido y futura presidenta, han salido a argumentar que, en este caso sí, “la ley es la ley”. Todo indica que así será y aprovecharán la mayoría calificada que logran los tres partidos aliados.
