Sheinbaum y el Metro de 5 pesos
Hasta antes de 2020, el último accidente con saldo rojo, con 31 muertos, fue precisamente un choque de trenes y data de 1975. 45 años después, prácticamente tenemos un siniestro cada año.
Tercer accidente con fallecidos en el Metro bajo la administración de Claudia Sheinbaum; la ayuda a lesionados tardó media hora y la jefa de Gobierno llegó al lugar tres horas después porque se encontraba en Morelia, donde encabezaría un acto proselitista disfrazado de conferencia con el tema “Políticas exitosas de gobierno”.
La cuenta es de 28 muertos en accidentes en el Sistema de Transporte Colectivo Metro (STC), 26 de los cuales corresponden al colapso de la trabe en el trayecto entre las estaciones Tezonco y Olivos de la Línea 12 en mayo del 2021; uno en un choque de trenes en la estación Tacubaya de la Línea 1 en marzo de 2020; y ahora una estudiante de la UNAM fallecida en el accidente del sábado pasado. El total de lesionados suman más de 150.
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Hasta antes de 2020, el último accidente con saldo rojo, con 31 muertos, fue precisamente un choque de trenes y data de 1975. 45 años después, prácticamente tenemos un siniestro cada año.
No es todo. Hace dos años, el 9 de enero del 2021, se incendió el Puesto Central de Control del Metro de la Ciudad de México, con una policía fallecida, y provocando que suspendieran operaciones durante un mes las Líneas 1, 2, 3, 4, 5 y 6, en pleno pico de pandemia de covid.
El secretario de Gobierno capitalino, Martí Batres, se refirió al choque de trenes del sábado como el “incidente”. No quiero imaginarme qué considera accidente. Porque incidentes son los que viven a diario los usuarios con trenes saturados y/o parados durante varios minutos, fuego y humo en andenes, puertas que se abren del lado equivocado o que no abren, estaciones encharcadas, escaleras eléctricas paradas; más la inseguridad por robos, acoso sexual y hasta conductores ebrios.
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Para colmo, actualmente sigue parada toda la Línea 12 y la mitad de la 1 por remodelación. Cómo estarán las cosas que el STC Metro emite constancias de retraso a quien las solicite.
Uno de los transportes más seguros de la Ciudad de México ha dejado de serlo. Aunque nieguen que hayan recortado el presupuesto, es evidente la falta de mantenimiento de trenes e instalaciones de uno de los metros más grandes y más baratos del mundo.
En diciembre de este año se cumplirán 10 años de la última vez que subió el precio del boleto del Metro a 5 pesos. Mantener el precio bajo del boleto del Metro ha sido una prioridad de los gobiernos capitalinos, particularmente los de izquierda. Pareciera que las autoridades piensan que el “pueblo” no tiene por qué quejarse del mal servicio si paga tan poco por él.
Sin embargo, hay una enorme diferencia entre acostumbrarse a los empujones y las multitudes, y el riesgo real de morir o salir lesionado en un viaje porque se estrellan trenes o se cae una estructura.
Por debajo de la mesa, se hacen señalamientos en contra de Fernando Espino, dirigente del sindicato del Metro, lo que no es nada nuevo, porque el señor encabeza ese gremio desde hace más de 40 años, ha visto pasar más de diez regentes y jefes de Gobierno, entre ellos el actual presidente, y ahí sigue, pero en todo ese tiempo no se habían registrado los accidentes que estamos viendo ahora, además de que en ninguno de los accidentes ni en el incendio se ha consignado personal sindicalizado como responsable.
En las actuales circunstancias, sería un suicidio político de Sheinbaum considerar ajustar el precio del boleto del Metro, pero entonces que destine más recursos a su mantenimiento. Los capitalinos agradecen más un servicio eficiente y seguro, que acostumbrarse a las imágenes de la jefa de Gobierno visitando en el hospital a las víctimas de la austeridad.
Brasil: un punto sin retorno
El fin de semana pasado, en Brasil, una turba enardecida tomó la sede de los tres poderes del Estado en la capital Brasilia, y reiteró su petición a las fuerzas armadas de perpetrar un golpe militar contra el presidente legítimamente electo, Inacio Lula da Silva. El dignatario saliente, Jair Bolsonaro, quien se encuentra autoexiliado en la Unión Americana, fue responsabilizado por su sucesor de los ataques al tiempo en que mil 509 personas fueron arrestadas.
Si bien Bolsonaro no participó de manera directa en los hechos, con su actitud alentó a los líderes de la revuelta tras su negativa a reconocer los resultados del proceso electoral de octubre pasado en el que fue derrotado en una segunda vuelta por Lula da Silva a quien, sin pruebas, acusó de fraude. Afortunadamente no hubo víctimas que lamentar, de haber sido así tendrían que haber sido anotadas a la cuenta del intransigente exfuncionario.
Los hechos vandálicos del domingo nos remontan inevitablemente dos años atrás, pero en el hemisferio norte, cuando seguidores de Donald Trump irrumpieron violentamente en el Congreso de Estados Unidos, luego de que esgrimiendo como única evidencia sus dichos el entonces presidente denunciara un fraude que solo en su mente existió, hechos, por cierto, por los cuales aún deberá responder ante la justicia.
Sería ingenuo pensar que no hay una conexión entre ambos sucesos, más allá de que el exasesor de Trump, Steve Bannon, incentivara la versión del presunto fraude cometido por Lula. Junto con Trump, Bolsonaro forma parte de un grupo de gobernantes con características similares, líderes “populistas” con muy pocos escrúpulos que no tienen empacho en pasar por encima de las normas democráticas más básicas con tal de conservar el poder sin importarles el daño que provocan a las instituciones y mucho menos el precio que sus gobernados tarde o temprano deberán de pagar.
Existe un denominador común entre ambos políticos: Los dos calificaron como enemigos a académicos e intelectuales, satanizaron a los medios de comunicación y desacreditaron a las instituciones democráticas. Un escenario que no nos es ajeno y que tendríamos que tomar como un llamado de alerta a escasos cinco meses de que se realicen elecciones en el Estado de México y Coahuila y a poco más de un año de que inicien oficialmente las campañas para el relevo en la presidencia de la República, así como la renovación de ambas cámaras.
El debilitamiento del árbitro electoral y empobrecimiento de las normas democráticas establecidas a lo largo de las últimas décadas no abonan a esa lucha que muchas mexicanos y mexicanas dieron para dejar de tener elecciones de Estado.
Habrá que estar atentos, no sea que vayamos a acabar en un punto sin retorno.