La mexicanidad tiene rostro de mujer
Por Rosa Marta Abascal O | VP Nacional de Desarrollo Democrático de Coparmex
La historia de México está marcada por figuras femeninas que han moldeado su identidad y cultura a lo largo de los siglos. Desde nuestros orígenes hasta la actualidad, la “mexicanidad” ha sido en gran parte definida por mujeres que, a través de su feminidad e influencia, han tejido los hilos de una nación rica en diversidad y complejidad. Esta influencia se remonta a uno de los personajes más emblemáticos de la historia mexicana: La Malinche.
La Malinche fue una figura clave en el proceso de mestizaje. No sólo actuó como traductora, sino también como consejera de Hernán Cortés en un mundo totalmente desconocido para él, liderando a 400 soldados españoles frente a decenas de miles de soldados de los pueblos originarios.
Ella desempeñó un papel crucial en la comunicación entre los españoles y los indígenas. La Malinche no solo traducía palabras, sino también matices culturales, intenciones, historias, relaciones entre los diferentes pueblos, y las emociones detrás de ellas. Comprendía las sutilezas de la comunicación intercultural y utilizaba ese conocimiento para facilitar, a través de la empatía y la diplomacia, el entendimiento entre dos mundos.
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Fue la primera embajadora de la mexicanidad, una mujer que, mediante su capacidad empática y de mediación, sentó las bases para la construcción del México “cósmico”.
El mestizaje se fue consolidando. En 1531, la Virgen de Guadalupe se apareció a un indígena; ella es la síntesis perfecta de la unión entre la espiritualidad indígena y la fe católica. Su imagen, morena, embarazada y revestida con símbolos que resonaban tanto con indígenas como con españoles, se convirtió en un estandarte de unidad e identidad para la gestante nación mexicana.
La Virgen de Guadalupe no solo es un símbolo de la fe, sino la representación de la mexicanidad misma. En ella, el pueblo mexicano ha encontrado un punto de convergencia entre sus raíces prehispánicas y su realidad colonial, porque, como dice Miguel León Portilla, “si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo, es una actitud autodestructiva”.
En México, casi todos somos guadalupanos. A través de ella, la mujer mexicana fue elevada a un pedestal de reverencia y respeto, consolidando la idea de que la nación misma tiene un rostro femenino.
En la actualidad, la mujer ha ganado espacios en posiciones de poder y liderazgo. Hoy en día, las cabezas de algunas de las instituciones más importantes e influyentes del país son mujeres, desde la Presidencia de la República hasta la Presidencia de la SCJN. Esto es un testimonio del avance en la lucha por la igualdad de género y el reconocimiento de la capacidad y el talento de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública de México.
Sin embargo, con este poder y responsabilidad viene una obligación: la de ejercer estos puestos con una visión femenina incluyente, que escuche, dialogue y busque el equilibrio.
En un México polarizado y lleno de conflictos y confrontaciones, el legado de mujeres como La Malinche cobra una nueva relevancia. Así como ella utilizó su entendimiento de la idiosincrasia de cada pueblo para facilitar el diálogo entre diferentes mundos, las mujeres de hoy debemos usar nuestra capacidad, conocimientos, liderazgo, intuición y empatía para construir puentes y encontrar soluciones que tomen en cuenta y representen a todos los mexicanos.
La labor que inició La Malinche continúa vigente en las manos de las mujeres que hoy lideran y moldean el futuro de México. Está en manos de diputadas y senadoras, de magistradas y consejeras, de líderes sociales y empresariales. La mexicanidad, con su rostro de mujer, sigue siendo un faro de identidad, resiliencia y esperanza en un México en constante cambio.
Es responsabilidad de todas, pero especialmente de aquellas en posiciones de influencia, mantener vivo este legado y asegurarse de que México siga siendo una nación donde todos quepamos y nos sintamos representados y valorados.