Como nuevo rico, el partido oficial empieza a despilfarrar los dividendos de un proceso cargado de truculencias, pero que le alcanzó para obtener una mayoría calificada en la Cámara de Diputados y a nada de tenerla también en senadores.
Mal hacen los legisladores en hacer tintinear las copas antes de tiempo ya que, con sus acciones irresponsables, empezando por la reforma al Poder Judicial de la Federación, muy bien pudieran estar matando a la gallina de los huevos de oro, arrastrando con esto a un país sobreendeudado, con múltiples compromisos financieros (en gran parte por las altas cantidades de recursos que consumen los programas sociales) y con una creciente desconfianza de los inversionistas, quienes ven con malos ojos una reforma hecha al vapor, que rompe con los valores democráticos, pero sobre todo, que no les genera una certidumbre jurídica acerca de en dónde están colocando sus fondos.
Llevamos meses anticipando un futuro apoteósico con lo único bueno que trajo consigo la pandemia de covid-19, el tan mencionado nearshoring. La cercanía con Estados Unidos, además del vínculo derivado del T-MEC, colocaba a México geoeconómicamente en una situación privilegiada, parecía imposible echarlo a perder hoy, sin embargo, es una posibilidad real que eso ocurra. Al presidente Andrés Manuel López Obrador, ideólogo de las reformas, se le olvido que hace medio siglo el mundo empezó a cambiar y que lo que sucede en una nación repercute en las otras y cuando hay dinero de por medio las cosas se complican.
Faltando menos de un mes para que se renueve el poder Ejecutivo, nadie sabe con exactitud cual será el monto de la inversión extranjera en nuestro país, particularmente la procedente de la Unión Americana, que no es poca. Sacando cuentas, la vendeta del presidente contra el Poder Judicial podría terminar con un país estancado durante generaciones y con el futuro de miles de jóvenes truncado.
El martes pasado el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, volvió a apretar el botón de play para señalar que “si la reforma no se hace bien, puede traer muchísimo daño a la relación”. Bien haría el presidente en tomar nota de que el embajador no habla con voz propia y si no hay un pronunciamiento de más alto nivel es para no abonar más a la belicosa narrativa del tabasqueño.
Nos acercamos a una región nebulosa en donde es difícil prever lo que se encuentra adelante, vamos a bordo de la “nave de los locos”, ¿y el capitán? en unos cuantos meses saltará de la embarcación sin importarle dejarnos a la deriva, esperamos que su relevo, finalmente, nos lleven a buen puerto.
Salario digno, un exhorto tardío
En tiempos en que ser Empresa Socialmente Responsable es un distintivo casi obligatorio, los salarios dignos a los empleados es algo que se daría por hecho. Sin embargo, al parecer no necesariamente es así.
En la entrega del Premio Eugenio Garza Sada 2024 en Monterrey, José Antonio Fernández Carbajal, director y presidente del consejo de administración de Fomento Económico Mexicano (Femsa), quien alentó a los integrantes de la iniciativa privada a “revisar nuestras nóminas para asegurar que ningún colaborador esté bajo la línea de pobreza y que tenga lo suficiente para la canasta básica, para que no dependa de programas sociales”.
El discurso de Fernández Carbajal es el reconocimiento de una medida que debió adoptarse hace décadas, considerando que, en sexenios anteriores, hablar de aumentar el salario mínimo arriba de la inflación se veía como una promesa populista y con riesgo de disparar la inflación. Lo más cercano a acceder a ello era hablar de un futuro sin plazo específico.
No ha sido así. Entre 2019 y 2024, México tuvo un incremento en el salario mínimo de 86.6% en términos reales y de 110% en términos nominales, es decir, sin considerar la inflación. Más aún, ahora, la presidenta electa Claudia Sheinbaum contempla que el salario mínimo esté dos veces por encima de la línea de pobreza por ingresos urbana (LPIU) para 2026 y que para 2030 equivalga a 2.5 canastas básicas diarias.
Ahora, lo que se ve como un futuro no sólo lejano sino utópico, ya no es el aumento al salario mínimo, sino que la gente tenga un salario digno, que cubra su canasta básica, y que además diga “no, gracias” a los programas sociales ¿Alguien va a decir no a otra fuente de ingresos legítima?
El aumento al salario mínimo queda como lección y causa del resultado de las elecciones del 2 de junio, y las secuelas que vivimos.
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