Claudia y Marcelo, lo que podemos esperar
Muy claro ha quedado que Sheinbaum se perfila para ser avasallada por su jefe a perpetuidad; sin embargo, Marcelo, si algo ha demostrado a lo largo de su trayectoria política es saber cómo separarse de sus jefes
Por si alguien lo dudara, después de los penosos y vergonzosos hechos recientes en torno al Metro de la Ciudad de México, ha quedado despejada la duda de cuál es la relación entre la gobernadora de la ciudad y el jefe del ejecutivo federal, así como la de éste con el canciller, misma relación que prevalecería una vez que alguno de ellos ocupara la silla presidencial.
Bastó que la jefa Claudia se sintiera rebasada, por su propio encargo y por Marcelo Ebrard en las encuestas, para que recurriera a su protector, quien ya había salido a respaldarla y que está dispuesto a todo para mantenerla como su “corcholata” principal, hasta agotar instancias y plazos. Lo cierto es que a la aspirante presidencial le faltó sobriedad para tomar las decisiones que le permitieran salir de la crisis en la que se encuentra.
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La movilización de más de 6 mil elementos de la Guardia Nacional para “defenderla” del sindicato ha sido tal vez la jugada más torpe que ha cometido y la más cara para efectos del erario federal. López Obrador ha caído en el juego del patriarca, queriendo imponer un Maximato en donde opere por encima del hombro de sus entenados.
Muy claro ha quedado que Sheinbaum se perfila para ser avasallada por su jefe a perpetuidad; sin embargo, Marcelo, si algo ha demostrado a lo largo de su trayectoria política es saber cómo separarse de sus jefes. Tiempo al tiempo.
Sin energía, no habrá crecimiento
Como lo había advertido días antes de la reunión bilateral México-Canadá, el Primer Ministro Justin Trudeau abordó las diferencias por la política energética del gobierno de México. Ante ello, el presidente Andrés Manuel López Obrador propuso recibir y establecer un diálogo con las empresas canadienses inconformes.
Nada nuevo de las estratagemas lopezobradoristas para ganar tiempo, por lo menos unos meses.
En mayo de 2022, López Obrador sostuvo reuniones en Palacio Nacional con alrededor de veinte directivos de empresas estadounidenses del sector energético inconformes con la política en la materia de la 4T.
Siempre presente el embajador Ken Salazar, los testimonios refieren que el tabasqueño se mostró accesible a llegar a acuerdos de solución, con la única condición de que los permisos y concesiones donde haya habido corrupción serían cancelados.
Acuerdos los hubo, y sin embargo, no impidió que Estados Unidos solicitara las consultas en el marco del T-MEC para atender las quejas por las probables violaciones al tratado por parte de México en materia energética, particularmente favoreciendo a la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Casi de inmediato Canadá hizo lo propio.
Por simple compliance -algo tan ajeno al “cómo nos arreglamos” que hubiera querido López Obrador-, las empresas no tenían más remedio que apelar a la acción de las autoridades comerciales respectivas.
Con este antecedente, es probable que el gobierno de Canadá no espere a que se den o concluyan los encuentros en Palacio Nacional, para que decida proceder con el panel bajo el amparo del tratado.
De la Cumbre de Norteamérica de la semana pasada surgieron compromisos como reducir 15% la emisión de metano al 2030 e impulsar el nearshoring, que López Obrador lo entiende como sustitución de importaciones.
Como sea, el tema energético es prioritario resolverlo para lograr ambos acuerdos, particularmente el abasto de energía eléctrica y el desarrollo de energías renovables. Porque si no hay energía limpia suficiente, no habrá crecimiento económico ni combate al cambio climático.
¿Estamos ante un Bidengate?
Ocurrió en la conferencia de prensa. Tras el encuentro de líderes de Norteamérica celebrado en México la semana pasada, al inició de su primera respuesta el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, habló de un tema local del que muy pocos estaban enterados: la revelación de que diversos documentos clasificados de su periodo como vicepresidente habían sido localizados en sus oficinas privadas y en su casa de Wilmington en el estado de Delaware, algo que claramente está prohibido por la ley aunque no conlleve a una penalización a menos que se demuestre de que fueron ocultados intencionalmente.
Lo que pudo representar un descuido o un olvido por parte del equipo del entonces vicepresidente le puede llegar a costar muy caro en sus pretensiones para repetir en la Casa Blanca y llega en el peor momento, justo cuando el ex presidente Donald Trump enfrenta cargos criminales por una acción similar, que si bien no es equiparable dadas las circunstancias de cada caso, encuentran por lo menos algunas convergencias.
A favor de Biden se puede alegar que en cuanto sus colaboradores descubrieron el material, inmediatamente lo entregaron a los Archivos Nacionales, el lugar al que tendrían que haber sido integrados al finalizar su gestión, hasta ahí todo bien.
En contra, consta que el hallazgo del primer paquete de documentos tuvo lugar en noviembre, poco antes de las elecciones y el presidente no lo hizo público favoreciendo a su partido. La actitud asumida por la Casa Blanca ha facilitado las críticas por parte de los republicanos que en el mejor de los casos cuestionan la ética del mandatario a quien acusan de no medir con la misma vara a su correligionario Donald Trump.
Lo cierto es que aunque pareciera ser lo mismo no es igual. En el caso de Trump fue necesario un operativo por parte del FBI para recuperar los documentos clasificados, muchos de ellos del máximo nivel, que el ex presidente ocultaba en su mansión de Florida y que se negaba a entregar. Por sus acciones, Donald Trump enfrenta una investigación por obstrucción de la justicia que mermaría también sus aspiraciones de alcanzar de nueva cuenta la nominación de su partido.
Más allá del contenido de los documentos retenidos en ambos casos, las revelaciones se están convirtiendo en la “comidilla” política en Washington lo que ya llevó al Departamento de Justicia a nombrar un fiscal especial para investigar el caso Biden.
Se trata de Robert Hur, quien deberá encontrarle la cuadratura al círculo antes que los congresistas conservadores, que estrenan mayoría en la Cámara de Representantes, pongan en marcha su propia investigación en el Capitolio en donde seguramente Biden no saldrá tan bien librado.
Esta semana el presidente tendrá que salir a dar la cara y presentar algunas explicaciones. Por su bien tendrán que ser muy convincentes, de lo contrario su carrera por la reelección tendrá que recorrer una pendiente muy inclinada.