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Sumar, unir y construir con Alito

by El Consejero

Apenas el pasado 9 de febrero se habían reunido Alejandro Moreno Cárdenas, dirigente del PRI, y el senador Miguel Ángel Osorio Chong, encuentro del cual dijeron haber llegado a acuerdos por el bien del partido. Sumar, unir, construir, fueron los verbos utilizados en el mensaje conjunto, donde sólo faltó el abrazo de Acatempan, que no hubo ni habrá.

Menos de 20 días después, el Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE) anuló la ampliación de la presidencia de Alejandro Moreno al frente del PRI hasta 2024, y ahora tendrá que dejar la dirigencia el próximo 18 de agosto, una determinación que está en veremos. En vía de mientras, Alito no se quiere ir solo, si es que eso sucede, y operó para quitar a Osorio la coordinación de la bancada en el Senado, uno de los impugnadores a las reformas a los estatutos priistas.

Y es que Alejandro Moreno trae otro agravio contra el hidalguense y que relaciona a este último con las intervenciones a las comunicaciones difundidas por Layda Sansores, pues da la casualidad de que la gobernadora ha contado con todo el respaldo para hacerlo del fiscal general de Campeche, Renato Sales Heredia, otrora encargado de la Comisión Nacional de Seguridad del sexenio pasado, donde su jefe fue el entonces secretario de Gobernación, Osorio Chong.

Lo difícil no era que Alejandro Moreno viera esa alianza entre enemigos con un enemigo común, o sea, el propio Alito, sino que aguantara. Y no fue así. Dicen que, ofreciendo la reelección como senadores, convenció a ocho de ellos para deponer a Osorio, quien se les adelantó y renunció a la coordinación, quedando como senador independiente, aunque sin dejar su militancia.

Queda la incógnita de lo que harán los otros tres senadores que apoyaron a Osorio hasta el final, Claudia Ruiz Massieu, Nuvia Mayorga y Eruviel Ávila. Cuentan que Dante Delgado sería el más feliz de recibirlos en Movimiento Ciudadano. Mientras tanto, los otros integrantes de la Alianza por México siguen tolerando al PRI de Alejandro Moreno por sumar, unir, construir… los mismos verbos que echó a la basura el campechano.

¿Es Joe Biden el policía bueno?

Si una característica tienen los regímenes autoritarios, una vez que acceden al poder, es la prisa. Prisa por legitimarse, por demostrar a las grandes masas que son la mejor opción sin necesariamente plantear una plataforma de gobierno.

Para ellos es más fácil la descalificación de cualquier avance que les precedió, pintar las cosas por debajo de cero para así poder exaltar cualquier logro por mínimo que este sea. El conflicto es la fuente en la cual abreva su narrativa, de ahí la necesidad de tener siempre un antagonista que muchas veces ya estaba ahí pero que en otros casos se necesita crear y si este se haya en el exterior aún mejor, porque en ello encuentran una razón para invocar el fervor patrio y con él generar una suerte de cohesión nacionalista.

Por su tradición imperialista e intervencionista, Estados Unidos se convierte en el enemigo (o adversario dirían algunos) natural para este tipo de regímenes quienes de forma maniquea justifican su accionar en las maniobras que se tejen en la capital de ese país, obviamente en la línea de sus intereses.

Por lo mismo no nos debería de sorprender que en la víspera de un año electoral, surjan las declaraciones de políticos demócratas y republicanos que buscando atraer la atención de los votantes más radicales coloquen en el centro de atención las múltiples diferencias existentes con su vecino del sur, muchos de ellos problemas añejos que no solo no se acaban de resolver sino que parecen haberse complicado con la llegada de la Cuarta Transformación, muy poco susceptible a la crítica, la cual es penada limitando la cooperación.

Reaccionar con el hígado no es una opción para enfrentar un oponente de esa envergadura que conoce perfectamente el arte de jugar al gato y el ratón. En la ideología estadounidense no hay fracturas, podrán existir dos partidos, pero sus diferencias no son tan grandes como podría pensar un observador no avezado.

A diferencia de lo que ocurrió durante el gobierno de Donald Trump, quien por cierto nunca tuvo una respuesta apropiada a las ofensas infringidas a nuestro país, la administración de Joe Biden ha apostado por la vieja técnica del policía bueno y el policía malo, y al parecer el presidente Andrés Manuel López Obrador ha mordido el anzuelo. Un rápido vistazo a las conferencias matutinas, nos muestran las reacciones de nuestro mandatario frente a los diferentes actores estadounidenses.

Mientras Biden es calificado como un buen hombre respetuoso de la soberanía de México, y el enviado de la Casa Blanca para el clima es señalado como una persona de primera; el secretario norteamericano de Estado, Antony Blinken, es catalogado como un conservador (sí como los mexicanos) que dirige un Departamento con una política añeja e intervencionista.

En la ecuación, voluntaria o involuntariamente, también se encuentran el gobernador republicano de Texas Greg Abbot y el senador demócrata Bob Menéndez, ambos críticos de la capacidad de México para enfrentar al crimen organizado.

Resulta pueril pensar que la administración estadounidense se encuentra desarticulada, que el presidente Biden no conoce los pasos que da su secretario de Estado y que los antes mencionados no manejan una lógica común, por supuesto con sus matices.

Bien haríamos en recomponer de manera conjunta una relación que parece infringirse una nueva herida cada día. Los grandes estadistas construyen relaciones prosperas con visiones de mediano y largo plazo. Es el futuro el que nos acerca en todos los aspectos, si acaso cabría destacar el nearshoring una oportunidad única que podría terminar por descarrilar si seguimos perdiendo el tiempo en “politiquería”.

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