Cuando le preguntaron a un expresidente cuáles eran las características para ser candidato presidencial, dijo que lo primero que debe tener un aspirante a la Presidencia es voluntad de ser. Obviamente se requieren más cualidades y, sobre todo, que coincidan las circunstancias, tiempos y la oportunidad, pero querer ser es lo primero que debe haber.
Al inicio del año, Santiago Creel anunció que buscaría la candidatura presidencial por el PAN y de la Alianza por México, manifestando su disposición a dejar ese lugar a quien sea mejor candidato o candidata para encabezar la coalición. Ser presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados y la trayectoria política sin duda sirvieron de punto de apoyo para abrir sus aspiraciones y hablar con realismo.
Las adversidades son muchas: está en la oposición, un presidente beligerante, un partido oficial ensoberbecido con su mayoría y negado al diálogo. Sin embargo, Creel ha aprendido muchas lecciones de hace casi 18 años a la fecha, cuando era secretario de Gobernación, era el favorito de Vicente Fox, y Felipe Calderón le ganó la candidatura presidencial panista.
Para empezar, Creel no ha desperdiciado oportunidad para posicionarse en los temas nacionales, con declaraciones de viva voz y en redes sociales. A diferencia de otros, ha tratado de subirse al ring con AMLO, quien obviamente lo ha evitado. Ha estado presente en cuanto evento de la alianza lo han invitado, sea en la campaña de Alejandra del Moral en el Estado de México, o en la reciente defensa a Santiago Taboada, alcalde de Benito Juárez, y al diputado Jorge Romero.
Considerando que el PRD y PRI van camino a la extinción, y quedando el PAN como el principal partido opositor, lo cierto es que sus opciones se limitan a Santiago Creel y Lilly Téllez. A pesar de contar con cinco gubernaturas, la realidad es que ninguno de los gobernadores panistas se ve ni quiere estar en la boleta de 2024. Aunque Marko Cortés los mencione, la realidad es que ni Mauricio Vila, ni Diego Sinhué Rodríguez, que están por finalizar sus mandatos, ni ninguno otro mandatario blanquiazul ha hecho nada por posicionarse a nivel nacional, menos para decir seriamente que quieren ser presidentes.
Por voluntad de ser, la baraja se reduce, y una de las cartas reales es Santiago Creel.
Cerca del ocaso sexenal aumenta la narrativa gestual
El tiempo se agota para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Se agota y lo sabe, de ahí la prisa en poner en práctica una serie de reformas legislativas aprobadas al vapor que con toda probabilidad se habrán de venir abajo una vez que la Suprema Corte de Justicia de la Nación certifique el poco aseo con el que fueron avaladas por el partido oficial. De ahí la celeridad en entregar obras utópicas sin importar que éstas no se hayan terminado o no acaben de funcionar; al viejo estilo del PRI habrá de dedicar el último tramo del año a inaugurar escuelas, hospitales y por supuesto el famoso tren maya. Después vendrá el silencio.
Vendrá el silencio porque para entonces el “tapado” o la “corcholata” asignada, ese eufemismo con que el presidente pretende diferenciarse de sus predecesores, ya habrá mostrado el rostro y entonces todos los reflectores estarán colocados sobre ella o él según haya definido una hipotética encuesta que, hay muy pocos que lo dudan, será manipulada desde el Palacio Nacional, y estamos hablando de un periodo que no va más allá de los próximos tres meses.
El presidente se encuentra al final del camino y a su narrativa ha sumado un glosario de gestos, de muecas, de expresiones faciales que tratan de reforzar a la palabra que ya no convence, que lejos de atraer más seguidores los fue dejando en el camino, viudas y huérfanos de una transformación que no llegó a sus vidas. Quedan para apoyar al presidente aquellos beneficiarios de sus programas clientelares, aquellos convencidos de que la solución a sus problemas está en seguir pegados a la ubre presupuestal, los pobres de los pobres a los que pudiéndoles haber enseñado a pescar se optó por hacerlos dependientes del pescado del Palacio.
Los afectados movimientos del presidente recuerdan cada vez más a aquellos líderes populistas que han dejado huella en la historia moderna latinoamericana. A Fidel Castro y su hablar pausado, a los dichos de Hugo Chávez que, al igual que nuestro mandatario, gustaba de cantar frente a sus audiencias. Pero también nos traen a la mente los raptos de furia frente a diferentes grupos de la sociedad y opositores que caracterizaron a algunos jefes de Estado que terminaron por atizar la Segunda Guerra Mundial.
Hoy el salón de la Tesorería, en donde se llevan a cabo las conferencias matutinas, se acerca más a un set de televisión que a un espacio de comunicación abierta. Claramente hay un guion escrito para cada una de las emisiones, en las que reporteros (muchos de ellos más parecidos a gestores) de medios prácticamente desconocidos realizan preguntas a modo a un mandatario que aparenta estar enterado de lo que ocurre en los lugares más recónditos del país. Se cuenta con diferentes secciones, hay chistes, bromas y un público dispuesto a reír y aplaudir con las ocurrencias del orador. Se dice que hay un dialogo circular, sin embargo, es la voz del presidente la que resuena en largos monólogos en los que apenas se destinan algunos segundos para dar respuestas concretas el resto, como él lo dice, es pedagógico, le sirve para orientar y concientizar al “pueblo”.
No hay duda que los mexicanos queremos estar informados, pero de poco o nada nos sirve una información que está sesgada, que lejos de ser objetiva viene cargada de una ideología que no toda la población comparte. Habrán de venir nuevos tiempos, el momento del mandatario ya está llegando a su ocaso. Vendrá la hora de los ciudadanos y del futuro que queremos compartir.
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