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López y el lenguaje del pueblo

by Mundo Ejecutivo

Hace algunos días, tuve la oportunidad de intercambiar, junto con algunos colegas abogados, diferentes opiniones respecto de la realidad del país. Discutimos la necesidad de apoyar y soportar la autonomía de poderes y de órganos independientes, hasta la manera en que eventualmente podríamos apoyar directa o indirectamente a la oposición, con la intención de lograr que, en el año 2024, tengamos un gobierno plural, un equilibrio de poderes y una eventual oposición real en el congreso.

Dentro de un mar de ideas, repentinamente cuestionamos el cómo es posible, que a estas alturas del sexenio y ante el demostrado y probado fracaso de las políticas públicas en general (seguridad, salud, ordenamiento territorial, déficit fiscal, derroche de dinero en obras faraónicas, etcétera), el presidente López goce de los niveles de aceptación con los que cuenta y que, además, presume todos los días.
No hay una respuesta simple y llana ante eso. Para poder abordar el tema, es necesario realizar una distinción indispensable entre las dos realidades que vive nuestro país. La primera es la realidad intelectual que sostiene ese grupo de la población que, con base en esfuerzo, estudios y ejercicios de razonamiento, influenciados por una formación académica estructurada y, sobre todo, informada, busca mantener o incrementar su nivel de vida. Es un sector en el que la cultura del esfuerzo, trabajo y preparación, constituyen el motor de la escalera social. En palabras del propio presidente, es la clase “aspiracionista”.

Es aquella a la que simplemente no podemos conformar con un par de zapatos, con un libro de texto mutilado que plasma una doctrina anacrónica y destructiva del futuro de México. Es esa clase media tan escasa: la que cuestiona hasta la última mala decisión tomada por este gobierno, especialmente, cuando se trata de sacar la chequera del pueblo, entro otras ocurrencias, para fondear ilimitadamente las pérdidas de PEMEX, pero se recorta el presupuesto del poder judicial, quien difícilmente tiene presupuesto para impartir justicia. Es la voz que sobrepone el estado de derecho y las instituciones, por encima de la retórica populachera del discurso oficial. El oficialismo se refiere a ellos como conservadores, oligarcas, como la élite de tiempos pasados y como el peor cáncer de la sociedad, a quienes culpa de todo mal que sufre el país. Yo simplemente me referiré a ellos como la población educada y consciente. El efecto que generan: pensar libremente; quizás por esto es que López les odia tanto.

Es verdad que una buena parte del sector en cuestión apoyo inicialmente el movimiento de López; Obrador vendió esperanza, cambio, equilibrio y separación de poderes, justicia. “… Por encima de la ley, nadie…”, pregonó en su toma de posesión. La población intelectualmente preparada, no tardó en darse cuenta de la destrucción que inició desde los primeros meses de gobierno. Incluso desde antes de tomar posesión del cargo.

Con el paso del tiempo, López perdió una gran parte, si no es que prácticamente todo el apoyo que originalmente había captado de este sector de la población.

Por otro lado, encontramos un sector que generacionalmente, y dicho como es, por insuficiencia de gobiernos anteriores y/o deliberada omisión, la realidad condenó a la batalla por la supervivencia diaria. La realidad en la que viven muchos millones de mexicanos. Las privaciones, la falta de oportunidades, y por qué no decirlo también, la ausencia de un incentivo y educación académica, así como la creación de áreas de oportunidad y de atención social para este sector, se convirtió en el sello distintivo de las administraciones pasadas, tanto a nivel local como federal.

Ondeando la bandera de “aquí nos tocó vivir”, en un esfuerzo digno de ejemplo, sobreviven todos los días con la única preocupación de llegar al fin de semana, con la intención última de proveer un algo que pueda alimentar más allá que las tortillas y los frijoles. Este sector no entiende de planificación familiar, pues ven en los hijos el sistema de ahorro al que jamás tendrán acceso. No entiende de escuelas porque, cuando las hay, se encuentran a kilómetros de distancia. El agua potable que conocen es la que encuentran en los ojos de agua cercanos, cuando éstos existen. Las explicaciones clínicas de sus padecimientos de salud sobran, pues las enfermedades se deben a un “susto” o un “embrujo o mal de ojo”; un sector de la población lleno de limitaciones y carencias, al que los gobiernos previos simplemente no voltearon a ver.

Este grupo tiene su asentamiento geográfico a lo largo del territorio nacional. Lo mismo en las ciudades, villas o pueblos, no es exclusivo de las zonas rurales y se encuentran presentes en todo tipo de polo de desarrollo, A este grupo, López abanderó bajo el concepto de “Pueblo bueno”.

El Pueblo bueno, aquel que en las giras del pasado aplaudía y vitoreaba con gritos pagados, los discursos que hablaban de bonanza, de administración de recursos, de abundancia, de planes a largo plazo; una fantasía inalcanzable, pero además incomprensible para ese sector de la población que no entiende de palabras complicadas; palabras además huecas, ya que su contenido y alcance, se difumina hasta que desaparecen cada que ese candidato es votado y asume el poder bajo el “mandato popular”. La palabra empeñada en sinnúmero de promesas, simplemente se fractura ante la realidad de que lo prometido no llega nunca; y si lo hace, se queda trunco.

Esa esperanza que sabía vacía, ese discurso de grandeza que se procesa y digiere en conjunto con la torta y el refresco del acarreo clientelar; ese pueblo que nunca falla a un mitin, a cambio de una gorra, una playera y un billete de Sor Juana. Ese pueblo que no entiende las riquezas de México, porque no las ha vivido. Ese pueblo que consume la fauna aunque se encuentre protegida, porque puede ser la única ingesta de proteína animal por algún tiempo. Ese pueblo de acero que aguanta el maltrato, la adversidad y que no se dobla y no se dobla, porque tampoco tiene nada que perder. A ese pueblo, es al que López le habla en su mismo idioma.

El Pueblo bueno, encontró una espejo y un consuelo en las palabras del Macuspano. Un presidente laxo de preparación, con un dejo al hablar propio no de un pueblerino, sino de una persona carente de instrucción y organización personal, desaseado, dicharachero, poco articulado y elocuente al hablar; no tiene cuenta de banco; no sabe llenar un cheque. Tiene doscientos pesos en la cartera e invoca a Dios y a Jesús en todo lo que hace, como auténticamente lo hace el pueblo; un presidente que habla como el pueblo, viste como el pueblo, como en las fondas donde come el pueblo. Viaja en transporte público como lo hace el pueblo. Un presidente que habla, se duele y expresa los mismos males que el pueblo padece y que, si no lo expresa, definitivamente lo siente. Luego, entonces, ese presidente, en efecto y muy a pesar de la realidad, es el pueblo mismo personificado y erguido en lo más sublime de la representación popular. ¡Hoy nos gobierna uno de los nuestros! En efecto, habla, camina y huele a pueblo.

El pueblo no entiende de finanzas. No entiende de equilibrios constitucionales; ¿cómo va a entender de jerarquía de leyes si, en la mayoría de los casos, no terminaron la secundaria? El pueblo que cambia las aulas por un cajón para bolear zapatos, un puesto de tamales o que realiza un oficio para procurarse el sustento que lo lleve a concluir la semana; es pueblo que, aunque merecedor de respeto y en ejercicio de honradez y trabajo, simplemente no entiende de aeropuertos, de refinerías, de proyectos fallidos, de economía, de esquemas complejos de corrupción o de tráfico de influencias. Es pueblo al que no le da más los problemas que presente el país, ya que su atención absoluta e ininterrumpida, la capta la cruel y única realidad que conoce: saber que la canasta básica y el transporte suben semana a semana y que cuando diosito aprieta, pueden descansar en el apoyo de López.

En efecto, ese pueblo sabe que el Macuspano les “procura”. No importa que haya terminado con los programas de escuela de tiempo completo, o que los hospitales no tengan personal o insumos. No importa que no haya medicinas. El pueblo tiene curanderos, hueseros y chamanes. A cambio de eso, López les dio, sin exigir nada a cambio, una pensión universal a los ancianos. ¡Hasta que alguien se acordó del pueblo! Eso es una realidad.

No hubo que votar por nadie. No hubo que asolearse por nadie. Los ancianos tienen dinero. Los jóvenes cobran becas por “estudiar”, sin importar que no haya escuelas. ¡En fechas recientes, se rumora la pronta instalación de una pensión para las madres de familia! Nadie había dignificado de esta manera a ese pueblo, ancestral y olvidado. Nadie les atendió, nadie les cumplió. Solamente López ha concedido lo que jamás nadie habría pensado. Además, López prometió al pueblo servicios de salud como en Dinamarca que seguramente están a punto de llegar. ¡Claro que sí! López va a cumplir porque es el pueblo!. De ahí la aceptación, el apoyo, los altos índices de aprobación.

No importan las fallas que, como jefe de estado y jefe de gobierno, acumule por docenas. Nadie duda de sus acciones mezquinas y de sus omisiones deliberadas. Están ahí, creciendo. Cada semana que pasa se suma a la lista de desaciertos y ocurrencias cualquier cantidad de ellas.

No obstante, los argumentos del pueblo son realidades irrebatibles. Nadie antes de López, había pensado en ellos. Nadie los había dignificado con la idea abstracta de que existen para un gobierno al que, detrás del discurso oficialista de primero los pobres, pareciera que en realidad los quiere perpetuar.

Les limita la educación, el acceso de salud, la posibilidad de un medio ambiente sano y por supuesto, ni que decir de la economía general. López quiere al pueblo pendejo, porque así, no lo cuestionan. Argumentos y bases para demostrar la inutilidad de López existen; como también existe la dignificación del Pueblo bueno.

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