¿Qué pasará por la cabeza de AMLO en estos últimos días?, los analistas han comenzado a especular sobre una posible renuncia a la presidencia, una abdicación en favor de Adán Augusto López, el secretario de Gobernación, con el propósito de emprender una campaña a favor de su sucesora, quiero decir de Claudia Sheinbaum, porque si algo nos ha dejado en claro la actuación del tabasqueño es que no cambia de parecer.
Este nuevo rumor, sustentado o no en las versiones que difunden venenosamente desde Bucareli, se suma a la de hace unos meses, que lo diagnosticaban cansado, producto de una enfermedad que le aqueja hace tiempo y que, tarde o temprano, lo llevaría a dejar el liderazgo del ejecutivo, más no de la Cuarta Transformación. También recordamos el infame testamento político que deslizó por aquellos días en que le practicaron un cateterismo en el Hospital Militar. En él, repartía el poder entre sus allegados y más fieles discípulos, Martí Batres y Andrés, su hijo.
Al presidente no le gusta gobernar, no sabe cómo hacerlo y eso lo ha aprendido con la experiencia. Se vanagloria de logros y victorias cualquiera, y minimiza los grandes errores que lo persiguen cotidianamente. Imagine una serpiente maya de dos bocas aterrizando en Santa Lucía. Algo así debe ser el monstruo de sus pesadillas.
No está dispuesto a permitir que su legado no continúe y ahí es justamente donde puede perderlo todo, pues para su lógica electoral priista (revolucionaria institucional) no designar a su sucesor y garantizar el triunfo en los comicios sería un fracaso.
¡Viva México!
Tras dos años alejados de las multitudes, este jueves los ciudadanos del país entero llenaremos de nueva cuenta las calles y las plazas para conmemorar el Grito de Independencia, una muestra de júbilo que nos recuerda a los padres de la patria, aquellos que de acuerdo a la jerga oficial fundaron, junto con la República, lo que hoy algunos definen como la primera transformación.
Bien haría el Ejecutivo en revisar los documentos bajo los que se fundó nuestra gran nación, en particular nuestra primera Constitución, la de 1824, en donde se establece con toda precisión en su Título II, Artículo 6 que: “Se divide el supremo poder de la federación para su ejercicio en legislativo, ejecutivo y judicial”. En esa Carta Magna de apenas 18 páginas se detalla con toda claridad las funciones de cada uno de estos poderes, el principio de equilibrio que aún en los peores momentos nos ha dado una cohesión como nación.
Después de tan larga vigilia el mejor regalo que podríamos recibir hoy los mexicanos es que desde Palacio Nacional surgiera una reflexión acerca de este punto. Nunca antes en la historia de México se había visto con tanta crudeza como uno de los poderes busca imponerse sobre los dos restantes sin ningún recato, sin ninguna consideración para los hombres y las mujeres que los representan y que por ese sólo hecho tendrían que ser dignos de todo nuestro respeto.
Entre muchas otras cosas hemos escuchado al presidente calificar con una gran ligereza como “traidores a la patria” a los legisladores de la oposición únicamente por ostentar una posición diferente a la suya, olvidando que estos diputados y senadores representan a sectores de la sociedad que no tienen porque compartir la visión oficial. El Poder Judicial no ha tenido mejor suerte, ni siquiera los ministros propuestos por el mandatario se han salvado. Se les ha acusado desde la tribuna presidencial de actuar “más en función de los mecanismos jurídicos” que en pensar en el “proyecto transformador”; de trabajar para el poder; de no resistirse a los “cañonazos” de dinero y de haberse corrompido, descalificándolos como si se tratara de sus empleados, de sus subordinados.
A prácticamente dos años del final de su mandato el presidente difícilmente cambiará, aunque la esperanza ahí queda. Para muestra, hace apenas un par de días la bancada de Morena en la Cámara de Diputados sorprendió con una iniciativa que limitaría a los jueces a realizar interpretaciones e invalidaciones de la Constitución. En los hechos “amarrarles” las manos y así allanarle el camino al ejecutivo para continuar con “su” transformación, una transformación que exige una sumisión ciega de los tres poderes a su autoridad.
Nearshoring: la frontera no lo es todo
Con el llamado nearshoring, en el cual empresas trasladan parte de su producción a otros países localizados en destinos cercanos y con zona horaria similar, a México se le abren grandes oportunidades pues, a pesar de la inseguridad y que este gobierno no ofrece incentivos a las inversiones ni por equivocación y no se le da la certeza legal, se cuenta con ventajas como posición geográfica, infraestructura y mano de obra.
Sin embargo, un tema fundamental es la garantía de acceso a energía competitiva, abundante y limpia, de lo cual adolece nuestro país, pues se mantiene una política energética proteccionista a costa de alejarnos de una transición hacia energías limpias, así como de una integración energética estable, sistémica y funcional de toda Norteamérica.
De acuerdo a la Asociación Mexicana de Parques Industriales Privados (AMPIP), los espacios en los parques industriales en el norte se encuentran agotados, generando inversiones por 30 mil millones de dólares de empresas de Estados Unidos, China, Canadá, Corea y Japón. Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey tienen ocupación del 100% de sus parques industriales, pero este crecimiento podría extenderse a toda la República.
Países centroamericanos y estados de la Unión Americana están ofreciendo incentivos fiscales, apoyos a terrenos, garantías de suministros de gas y electricidad a precios competitivos. La frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos y las conexiones al país vecino son buenos incentivos, pero no suficientes. Empresas que podrían sin problema instalar sus plantas en México, prefieren invertir más dinero en otros países ante la nula promoción por parte del gobierno mexicano aunado a la incertidumbre en el sector energético.
TE PUEDE INTERESAR: